martes, 22 de septiembre de 2009

A la abuela Enri...

Es complicado escribir cuando uno se encuentra aún boyando…tambaleando de acá para allá, sin verte ya en el jardín, en el nuestro y el tuyo, o pasar por la vereda, por la que te veía pasar cada tarde cuando me asomaba por la ventana. Sentía tus pasitos cortos y tranquilos, inconfundibles. Yo, ocupada escribiendo, tantas veces te ví venir pero no alcancé a ver que te estabas yendo.
Entonces, en estos momentos uno se pone a pensar, de entre tantas opciones, qué es lo que importa en la vida…Y ahí es que me doy cuenta que lo importante es dejar una huella, una marca que nos acompañe siempre, que habite en nuestra memoria para así enseñarnos en el día a día.
Y pienso que con tu vida, nos dejaste muchas huellas, tantos consejos, tantos recuerdos. De chica esperaba los fines de semana sólo para ir a Zavalla a dormir a tu casa. Cada viernes nos esperabas con una película nueva de Disney que mirábamos juntas, junto con las del Olmedo y Porcel que daban por el 13. Los sábados íbamos al gallinero y buscábamos huevos (algo que siempre adoré), alternando esta especie de aventura con los mates y las facturas de la tarde. Cómo extrañaremos tus torrejas de verdura, tu tortilla de papas, tu arroz con tomate (un plato típicamente Enriquetiano), tus fideos caseros del domingo, que recuerdo con exactitud cómo cortabas a mano.
Tu jardín era tu edén, casi tu lugar en el mundo. Las plantas sonreían cuando te veían. Quisiste ver florecer a tu glisina, y viste ¡¡¡qué sabia que es la naturaleza!!! Tengo presente cada tarde en que, caminando unos pasos a tomarme el cole, te veía en el jardín del frente, sentada o regando las petunias…y ese pasto que siempre dije que era mejor que una alfombra.
Tus mates eran tan dulces que siempre te los devolvía y te decía “cebame el próximo”, a lo que me contestabas “¡pero si está amargo!”
Me peleabas, y yo te seguía la pelea…pero eras la primera que me consolaba… ¿te acordás cuánto me consolaste cuando los ñoquis me salieron puré? "Esas cosas pasan"…me dijiste. El que no hace nada nunca se equivoca…
Eras una filósofa sin título (para qué lo necesitamos igual). Tus frases siempre nos quedaban en la cabeza (y en la vida hay muy pocos con ese privilegio). “Hay que disfrutar la vida”, te cansabas de decir, “lo material pasa”… Pero hay una que siempre recuerdo: “Uno aprende todo sobre la vida cuando ya es viejo”…lo decías con angustia, pero con la solidez de los años, y el orgullo de la experiencia, de una vida vivida en cada rincón, a la que le sacaste lustre hasta por donde no lo tenía. Eras una “optimista crítica”, como dice un profe al que quiero mucho, y tenías sobretodo, el entusiasmo de las cosas simples, que “sólo los sabios saben ver”.
Hiciste tanta caridad silenciosa…y tanta de todos los días, que ni cien libros podrían escribirlo.
Eras celosa y te gustaba que te mimen, aunque odiabas que te saquen fotos, y era cómico verte enojar. Te reías de tus uñas “mochas”…tu marca registrada! Así como tu gusto por lo salado, que no podías comer pero siempre encontrabas la excusa o el momento perfecto (como cuando Luci te cocinó los grisines sin sal, y te fuiste directo a comer los salados).
Eras traviesa, te gustaba hacernos cosquillas y adivinar “cuántas mentiras teníamos” tirándonos los deditos de los pies…¡cuántos fuimos los mentirosos!, nietos y sobrinos- nietos también.
Nos fuiste mostrando el camino y lo fuiste preparando paso a paso, defendiendo siempre la vida y el disfrute de los pequeños momentos que nos ENRIquecen, esos en los que más te recordaremos: en verte en la cocina batiendo huevos, con el infaltable delantal, o sentada en el patio con tu matecito, o en el banco de la vereda en verano, regalándonos historias de tu infancia y juventud, de una vida que convertiste en comedia y que te convirtió en estrella, porque sabemos que siempre te vamos a ver y que siempre nos estarás mirando…guiando…brillando con esa luz que no tiene fin.
Fuiste chiquita, pero gigante, y demostraste con tu día a día, que para vos la vida era como para Hitchcock el cine: “Un pedazo de pastel”… Un deleite que siempre elegiste compartir con todos nosotros. Y es por eso que te vamos a extrañar tanto, porque en esa compañía, en ese compartir cotidiano, vos hiciste de cada uno de nosotros alguien mejor. Inclusive elegiste reunirnos a todos en el último día, casi expresando entre líneas que esa fue tu enseñanza, tu gran legado: que como dijo el joven Christopher McCandless

“La felicidad es real sólo cuando es compartida”