Hay diferentes tipos de
jardineros que, y, en consecuencia, dan vida a diferentes tipos de jardín.
Están los que plantan compulsivamente cada estación del año, pero no dejan
jamás cumplir el ciclo a la planta, la destierran mucho antes de que la pobre
les diga “dejame morir en paz”. Están aquellos que decoran el jardín con
plantas de moda, macetas de moda, césped de moda, que pagan para que lo cuiden
cada semana sin interrupción, sin dejar que las plantas por sí mismas tomen la
forma indebida, todo debe quedar perfectamente en su lugar, color con color,
para que la gente al pasar se maraville, una vidriera. Están los jardines
olvidados, que aún así, intentan siempre maravillar a sus dueños con alguna
pirueta. Incluso existen los impresionantes jardines de maceta, claro, los que
habitan allí, en las alturas de la urbe, los que sueñan con ser grandes, pero
se conforman con la pequeñez cálida de los muros, el hollín de colectivo y el
ruido de los bocinazos.
Cada jardín va tomando la forma
de las circunstancias, del tiempo y el espacio, todo celosamente supervisado
por la señora naturaleza, madre ella, loca ella, rencorosa ella...bastante
sabia.
Pero existe otra clase de
jardineros, un grupo de cuidadores que hacen del jardín una fiesta, que, a lo
McLuhan, lo consideran una extensión del cuerpo, un tapado en invierno y una
sombrilla en verano, un refugio en las tormentas y un buen libro para acompañar
la tarde. Un mate calentito bien temprano a la mañana. Esos jardineros respetan
los ciclos, le sacan la lengua a las plantas de moda, no detienen su mirada en
estéticas, más bien se alegran con cada florcita nueva, cada hojita nueva. Dan su vida por las
plantas y no se rinden cuando éstas dan muestras de agonía, no se rinden porque
de ellas han aprendido tanto, claro, porque de ellas han tomado tantos ejemplos
de actitudes del vivir. Incluso, cuando alguna se quiebra, vuelven a plantar
esa partecita, para dar más vida, para que no muera. Porque después de todo,
las roturas no son más que nuevas oportunidades de crecer y crear, nuevas
oportunidades de volver a ser…
Los jardines de estos jardineros mutan sólo
con el tiempo, se dejan ser, porque los dejan ser, son libres, respiran aire
verdoso esperanzado, alegran al visitante, devuelven los mimos. Porque ellas,
las habitantes del lugar, nos quieren más de los que nosotros imaginamos, nos
enseñan cada día algo nuevo, como el bonsái de palo borracho, que creía muerto
pero al reparo, un día lo encontré radiante…cuando terminé de preocuparme él ya
se había recuperado solo…
En fin, mi reflexión para empezar
este 2013 giró al jardín; qué jardín quiero tener, qué jardinera quiero ser…no
estoy muy poética pero las ganas de escribir están, y como la jardinería, me
arrojo ni bien tengo un huequito temporal-espacial (porque las ganas siempre
sobran).
¿qué tipo de jardineros queremos
ser?
GGss (@eugess)
No hay comentarios:
Publicar un comentario