miércoles, 15 de diciembre de 2010

Nunca fuimos retro

"El paso moderno del tiempo no es más que una forma particular de historicidad. ¿De dónde sacamos la idea de un tiempo que pasa?" Bruno Latour

tiempo, dile a la lluvia...

(La intención era llegar a otro tipo de reflexión, más teórica y más seria sobre le tiempo...pero será en otro momento. Como siempre, me gana el desequilibrio!)

Todo empezó con una nota que leí al pasar a la que no sé ni cómo llegué, y digo al pasar doblemente porque la encontré pero fue tan aburrida que seguí de largo. Un periodista, en una actitud “descrubrí América”, reflexionaba sobre los artefactos de todos los tiempos, que pueblan nuestro día a día, con los cuales nos valemos para accionar. A pesar de la pesadez de la nota la leí completa esperando la mención a Bruno Latour. No fue así. Latour nunca apareció. El periodista se ve que quería demostrar que en el fondo siempre quiso tener un negocio y cada tanto hacer un inventario.

Se lo perdoné, Bruno no es tan conocido, ni siquiera en los cerrados círculos académicos, y en algún punto lamenté que ese pobre tipo con chapa de periodista no lo conociera. Porque se sabe, toparse con Bruno es enamorarse y apasionarse a primera vista. Muy pocos son tan afortunados como para tener semejante talento. En realidad, ¿qué francés no despierta sentimientos de algún tipo, de cualquier tipo? Pero no me quiero alejar de lo que quiero decir (cómo le cuesta al comunicador seguir una línea!).

Ya era sábado a la tarde. Los planetas parecían congeniar para la extraña metamorfosis que vendría a continuación. Una negra tormenta cargada de granizo y gotas gordas cayó sobre el patio de casa, dejando varias plantas en terapia y cortando el respirador de la energía eléctrica. Por consiguiente, me quedé sin red. Pensé: toda mi actividad recreativa se relaciona con esta hibridación hombre-electricidad…es el fin.

La desesperación casi (o totalmente) neurótica no duró más de diez minutos, al rato ya había encontrado algo que hacer. Un libro me guiñaba el ojo desde la mesa. Un mago arriba de una Nimbus 2000 me miraba desde la tapa. El elefante hindú marcaba hasta la hoja 152, quedaban aún 103 por ser leídas. Además, el mismo mago más crecido y sabio me hacía señas desde otro libro de tapa verde desde la biblioteca, como apurándome para sumergirme en su mundo, y él en el mío.

Todavía había plena luz, así que me interné en el castillo en lo alto de la colina, ese que está a orillas del lago negro. La luz volvió al rato, la red no, pero nada importaba. Ya había sacado el ticket, estaba lejos de casa.

El domingo brindó toda la luz que el sábado no pudo. La red seguía lejos, “fuera de servicio”. El almuerzo familiar y familiar político fue precedido por la ida a lo de la nonna Velia. Hicimos el check de cada domingo: cigarrillos, llaves, abrigo, dientes. El viento todavía soplaba el frío del sábado, y mi ojo pronosticador había fallado una vez más. Le pedí permiso para internarme en su placar y elegir algo. El placar de la nonna es uno de esos lugares en los que puede haber desde dragones y conejos blancos hasta zapatos de rubí. Lo racional escasea pero lo fantástico se presenta en mil colores y formas de todos los tiempos. Me probé varias prendas y terminé con una campera de un color que no sé describir. Una especie de té con leche mezclado con sambayón hecho con huevos de cáscara blanca.

“Quedatelo nena”, “En serio”. En otra época quizás me hubiera reído o avergonzado, sin embargo, no podía sentirme más feliz!

Descubrí el mundo oculto detrás de usar ropa de las abuelas. Ya era reincidente en el tema: la nonna me había regalado un camperón de lana que ella misma había tejido años luz atrás (el más abrigado de mi placard), y la abuela Enri (que en algún lugar debe estar peleando a alguien y haciendo torrejas de acelga), me había regalado un delantal de cocina y unas medias.

Vestirse con estas prendas es como llevar los recuerdos materializados, o tener anécdotas en los hombros. Es raro, es loco, es lindo.

En la mesa, mientras degustábamos el asado, los duraznos con dulce de leche y la torta marmolada con café, la nonna no paró de decirme orgullosa, “es como si hubiese sido hecho para vos”. Y hay veces que te pueden decir algo mil veces, pero ciertas personas tienen un aura discursiva única y emoción-ante.

Para completar la jornada, la tarde nos regaló las cuadras de la Feria Retro. El viento no acompañaba pero la gente en diversos colores, los perros demostrando ser los mejores amigos del hombre y el aroma pororero hicieron de esas horas algo más que una cabeza (muy) despeinada.

Fue ahí que se me vinieron a la cabeza todos juntos y en composé: la nota del periodista, Bruno Latour y Marshall McLuhan. Ver tantos estantes con tantos artefactos, tantas asociaciones des-asociadas y vueltas a asociar, tantas formas de arte, tantos híbridos re-calentados. Fue como que mi cabeza se transformó en una sopa moderna.

Qué somos sino mezcladores de tiempos, diría Latour. No podemos clasificar épocas porque constantemente estamos mezclando tendencias, modos de, “decires”, palabras, retazos de tela. Lo que antes era nuevo, hora vuelve a serlo si lo usamos, pero con un halo de viejo, se recupera como una forma de arte decía Marshall. Y qué somos nosotros sino arboles llenos de ramas multitemporales, con brotes que crecen de esa mezcla, de ese mix de tiempos. En el medio se delibera qué es lo que va, pero: ¿a quién le importa? Puedo usa una campera de mi abuela que capaz data de los 70’s, un pantalón que tiene unos meses, unas guillerminas del 2007 y unos genes que tienen millones de años. Puedo todo y a la vez y cada vez en un nuevo rodeo. Eso desintegraría el concepto que se le da a moda y a retro. Vivimos en un constante y cotidiano retro.

Es ese mezclar y re-crear el que nos convierte en verdaderos actores….

El sol ya estaba más allá del horizonte, el viento nos decía que ya era hora de regresar. Una lágrima, un carlitos y un puesto de bonsáis serían el broche de un fin de semana en el que, al contrario de lo que creí en un momento, no me volví más esto o más aquello. Descubrí que además de los nuevos lentes de sol nacarados y made in China, hay algo más que me une al Dr. Spencer Reid (y en realidad a Matthew Gray Gubler): el amor por las cosas familiares que llevan inscriptas historias (creo que igual él superó cualquier "intento de" con los lentes de su tío). Aunque sin duda lo mejor llegó de la mano del imán de Alfred Hitchcock con su claqueta de Psicosis, que ya me mira desde la heladera y me dice: ¿"Cuando empiezan a filmar algo de suspenso”?

Al fin y al cabo, el amor hacia los otros de ayer, de hoy y de siempre también nos vuelve a-temporales…


GGss

2 comentarios:

vanemaz dijo...

como siempre una manera de unica de hacernos participe de tus aventuras (y deventuras si se quiere)

ansio conocer al Alfred q engalana tu heladera :)

Sol dijo...

MUY BUENA ENTRADA!! Y TANTA RAZÓN!! Pensar q llegué a ella a través de la curiosidad(x la foto de Spencer Reid-MGG)y me terminé leyendo todo,y llevándome algo más valioso,otro punto de vista,en el cual,tenés razón...
Muy bien hecha la narración,la entrada en sí..todo!!!